Se acercan las tradicionales fiestas de fin de año, ocasión en que se acostumbra –aunque ya no tanto- el uso de la pirotecnia. El factor económico ha incidido en que ya no consuman como antes estos productos, pero sin dudas también han incidido las campañas y advertencias que afloraron en los últimos años, que han visibilizado el efecto colateral que tiene la algarabía de unos sobre el bienestar de otros.

Años atrás se hablaba del peligro de la pirotecnia asociado a la manipulación de estos elementos, lo cual era (y sigue siendo) graficado con una exhaustiva contabilidad de los ingresos a las guardias con heridas y quemaduras. Pero así como ha sucedido con otras costumbres (chistes, estereotipos, piropos), también la mirada social recayó sobre petardos, cañitas y «baterías» y el tremendo momento que su explosión provoca en una parte vulnerable de la población. De un tiempo a esta parte la mirada sobre la pirotecnia es otra, puesto que incluye el pensar cómo afecta su uso a personas con diferentes patologías y también a los animales que sufren con cada estruendo. Asimismo, están los peligros de siempre: el uso irresponsable y sin conciencia de estos elementos expone a graves riesgos como ser lesiones o quemaduras que suelen reportarse para estas fechas en las guardias de los centros de salud de la ciudad.

Todas estas cuestiones son recordadas cada año diferentes instituciones, fundaciones y grupos de padres de personas con Trastornos del Espectro Autista (TEA), grupos de protectoras de animales y demás afectados por este problema, que organizan campañas para concientizar acerca del uso de pirotecnia y formas de llevar a cabo las celebraciones de fin de año sin poner en riesgo la salud humana, animal y ambiental.

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